Carlos Gerardo González Orellana, poeta guatemalteco

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Compartimos su poema El ungido. Originalmente fue publicado en el libro Sedición (2021), Tujaal Ediciones, Guatemala.

En noviembre de aquel año
mientras volaban los barriletes sobre el pensamiento
pusieron una corona sobre su cabeza
y un fusil entre sus manos
y lo nombraron ungido
lo bendijeron con agua robada
y le obsequiaron un puñal de plata
y una cinta de seda
y cocaína
y con cenizas de niñas violadas
dibujaron una cruz en su frente.

Y los barriletes dibujaban la memoria.
El ungido alzó su índice frente a la plaza furiosa
ordenó antimotines mientras miraba su time line
recordó que era el ungido
al escuchar la voz de su amante o de su esbirro
si asomó una brizna de culpa en su cabeza
la borró el recuerdo de los cuerpos jóvenes
que había acariciado por la mañana.

Se embriagó
miró su barriga en el espejo de oro
y pensó que era hermoso
y que las mujeres lo amaban
y que los hombres lo amaban
y que la gente que escupía su memoria
estaría lejos
en una cárcel de temor y ayuno.

2

A medianoche
su amo le pidió
que le sirviera un trago
escupió el vaso
y le pidió que lo bebiera.

El ungido bebió
tragó la saliva exquisita

regresó a su palacio
y golpeó a su esposa
y pensó, al masturbarse,
en las mujeres que al día siguiente
tragarían su veneno húmedo
y su angustia.

3

Soñó que de su costado
un hombre nuevo nacía
una raya más
para la piel del infierno.

El dolor que manaba de la herida
bastó para manchar los siglos
y el mundo oscurecía
con la nueva mirada.

Contempló su rostro
pintado de negro
sus músculos firmes como ramas de guayacán
su gesto como una maldición de jade
esculpida en las entrañas de la muerte.

Abrió los ojos con sus manos
y vio el odio sin límites.
Sopló en su nariz el azufre
y robó un nombre de la antigua memoria
Kaibil, dijo
y desde el fondo de la furia
el hombre nuevo lo tomó entre sus manos
apretó sus brazos y su pecho
lo penetró con odio
y lo dejó a un lado
como quien desprecia lo inservible.

4

Escuchó el río
y sacó los ojos de un pájaro tierno.

Cruzó las aguas del sueño o de la ducha
y montó su caballo que había entendido su maldad
y pensó en su esposa y en su amante
y en los señores quemados de Utatlán.

Debía escribir una carta
y enviársela a su amo.
Recordó la burla y la promesa.
Con el gusto aguardentoso,
castigó a un hombre que lloraba.
Sobre su piel
escribió su nombre
al rojo vivo
invocó el nombre del dios
por los siglos de los siglos
en cada una de sus muertes.

Se sentó a su mesa
sobre la que tanta sangre había corrido
«Señor: de las cosas que hasta Utatlán
me habían sucedido, así en la guerra
como en lo demás,
hice larga relación a vuestra merced».[1]

5

Despertó sobre un pez delirante
alzó los brazos sobre su cabeza
con las palmas hacia dentro
hizo una oración:
«reine el dios sobre todo lo que muere», dijo
«por esta sangre que derramo
sobre la guerra que habito,
te pido que des fuerzas a este sirviente tuyo»
y los barriletes se elevaban sobre los pensamientos.

Se bañó
se afeitó
con prisa militar
los zapatos
el saco
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montado en el pez de su delirio
atravesó la ciudad y las estaciones de la ciudad
sobre su bestia escarlata
pasó por las esquinas
manchadas con gotas de sangre.

«Tenemos un acuerdo entre Guatemala y Dios»,[2] dijo
pero mordió su lengua
y una aguja atravesó sus labios
y los selló con un hilo de mecate.

Vio hacia delante
vio hacia atrás donde su ejército retrocedía
vio hacia arriba y encontró la muerte
en un caballo alado que se despeñaba
mientras huía del peñol de Nochistlán.

[1] Carta de relación escrita por Pedro de Alvarado a Hernán Cortés, 1524.

[2] «Tenemos un acuerdo entre Guatemala y Dios» (José Efraín Ríos-Montt, citado por Virginia Garrard-Brunett en Terror en la tierra del Espíritu Santo. Guatemala bajo el general Efraín Ríos Montt, 1982-1983. Guatemala, Avancso: 2013.

Carlos Gerardo González Orellana, El Jícaro, El Progreso, 1987. Poeta, guatemalteco, mestizo. Actualmente es estudiante del programa de doctorado del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Tulane. Trabajó como profesor de literatura y teoría literaria en la Universidad Rafael Landívar (URL) en Guatemala, donde coordinó la Maestría en Literatura Hispanoamericana y la Maestría en Filosofía. Fue coordinador de la revista Cultura de Guatemala y las publicaciones del Centro de Pensamiento Crítico Antonio Gallo, de la Facultad de Humanidades de la misma universidad. Ha trabajado como docente invitado en la red de posgrados de Consejo Latinoamericano para las Ciencias Sociales (Clacso) y en el programa de Maestría en Literatura Centroamericana de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

Ha publicado los libros de poesía Música rara (2015), Genealogías (2017), Intemperie (2019), La hoguera invisible (2020), Sedición (2021) y Habitar las islas (2022) y varios artículos académicos. En el 2019, ganó el Premio Hispanoamericano de Poesía promovido por la editorial mexicana Praxis. En el 2017 ganó el Premio Centroamericano de Poesía Ipso Facto promovido por la editorial salvadoreña equiZZero.

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