Una democracia sacrificable en El Salvador

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Por Allan Barrera*

La reelección indefinida, medida precipitada frente a la paulatina pero segura pérdida de popularidad de Bukele, es solo un paso más en el camino iniciado el 9 febrero de 2020, cuando éste irrumpió en la Asamblea Legislativa con la Fuerza Armada y dijo que Dios le había hablado. Desde ese golpe al parlamento, punto de no retorno, hemos atestiguado que como efecto de bola de nieve a un ilícito le ha seguido otro, que la corrupción gubernamental la han venido tapando con más corrupción y lo inconstitucional con más inconstitucionalidades. Esto, indudablemente, obliga a enquistarse en el poder, pues perderlo implicaría enfrentar la justicia.

Bukele y su clan familiar se han enterado ya de que el cheque en blanco que la población les entregó por desarticular el poder territorial de las pandillas, con todos los costos humanos y las treguas ilícitas bajo la mesa, no le alcanzará para seguir ganando elecciones. Necesita mejorar las condiciones de vida de la población. Y esto no se logrará, con la política fracasada del bitcoin, ni despidiendo empleados públicos, ni persiguiendo con garrote a vendedores informales o despojando comunidades de sus territorios para imponer proyectos de desarrollo en beneficio de privados. Su popularidad mengua, por lo tanto, debe fortalecer a la fuerza armada, acumular más poder para anticiparse al descontento.

Nayib Bukele es el síntoma de un malestar profundo llamado democracia neoliberal cooptada por las élites económicas.


La reelección en sí misma no es condenable. Angela Merkel se reeligió 4 periodos consecutivos (16 años) en Alemania. El problema es que Bukele y su clan familiar muy en su estilo autoritario solo la impusieron desde arriba. Ni siquiera procuraron legitimarlo desde lo performático, realizando al menos un referéndum, o algún simulacro de participación colectiva. De fondo, también el problema es que su permanencia en el poder consolida un proyecto que, aunque goce de respaldo popular, es muy antipopular: solamente ofrece represión, cárcel y despojo a los más pobres, en beneficio de las élites económicas, y cárcel a los opositores políticos y luchadores sociales.

Uno de los efectos menos destacados y palpables que ha tenido la reelección indefinida ha sido la de develar la hipocresía de las elites económicas salvadoreñas, los grupos oligárquicos, el gran capital. Durante los gobiernos del FMLN, estos salían cada semana, sea a través de la ANEP o de su think-tank FUSADES o de otros grupos de fachada como Aliados por la democracia, a expresar públicamente su preocupación por la vulneración del estado de derecho, reafirmando con tenacidad su compromiso por la democracia; temían que El Salvador se convirtiera en Cuba o Venezuela. Ahora guardan un silencio sepulcral. Una cosa queda clara: Dictadura o democracia les importa solamente si sus intereses económicos se ven afectados, su única ideología es la acumulación de capital. Una dictadura de derecha como la de Bukele, que no atenta contra ellos, que no se plantea ni siquiera ponerles impuestos progresivos, les viene muy bien.

La reelección en sí misma no es condenable. Angela Merkel se reeligió 4 periodos consecutivos (16 años) en Alemania. El problema es que Bukele y su clan familiar muy en su estilo autoritario solo la impusieron desde arriba


Por eso mismo prescindieron de ARENA, pues Bukele y su partido, Nuevas Ideas, ha resultado más efectivo, destruyendo al FMLN como partido de la oposición política y reprimiendo y hasta encarcelando cualquier brote de descontento social con el apoyo de los militares, como sucedió con la Comunidad el Bosque.

¿Qué hubiera pasado si Mauricio Funes o Sánchez Cerén hubieran buscado la reelección? Ni ellos ni la embajada norteamericana lo hubieran permitido, hubieran puesto el grito en el cielo, quizá provocado algo igual que el golpe que le dieron a Mel Zelaya en Honduras en 2009. Dictadura o democracia en El Salvador, entonces, pareciera una preocupación que agobia solamente aquellos que sufren en carne propia la violencia del régimen de excepción: personas encarceladas o con algún familiar inocente, preso, torturado o muerto en las cárceles, y a la clase media ilustrada, preocupada por abstracciones como democracia, estado de derecho, pesos y contrapesos, y entre ellos también los que han tenido que salir exiliados a causa de la persecución política.

Nayib Bukele es el síntoma de un malestar profundo llamado democracia neoliberal cooptada por las élites económicas. Este tipo de democracia es sacrificable para las elites a cambio de una dictadura neoliberal que les permita seguir acumulando, y también para las clases populares que se quedaron esperando una transformación profunda de sus condiciones materiales, pese a las reformas sin precedentes que el gobierno del FMLN realizó en sus diez años. Desesperadas, estas votaron por un líder carismático de derecha con pretensiones de sultán que ahora les aplica terapia de shock, les da medicina amarga, castiga la informalidad a la que fueron enviados por la economía de mercado y encarcela a sus hijos.

Walter Benjamin en su tesis de filosofía de la historia decía que la tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción en que vivimos es la regla y que comprender esto mejoraría nuestra posición en el combate contra el fascismo. En El Salvador esto pasaría por entender el agotamiento y desafección de las clases populares con la democracia instaurada en la posguerra bajo el neoliberalismo. También por reconocer la ingenuidad liberal de creer que la democracia es una cuestión de forma, no de contenido.


* Dr. en Estudios Latinoamericanos y escritor salvadoreño

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