El umbral de Bukele o la fascinación por el carnicero

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Liza Onofre *

Una noche de 2011, frente a una casa de Santa Tecla, ciudad cercana a San Salvador, se detuvo una camioneta todo terreno sin apagar el motor. De la casa, que había sido convertida temporalmente en comando de campaña de un partido minoritario de corte socialdemócrata, salía apresurado un especialista en seguridad que a su vez era uno de los cuadros políticos de este partido, habló brevemente con el conductor de la todo terreno y volvió con la cara iluminada y unos materiales de propaganda electoral. Yo, que había visto la escena desde una improvisada sala de reuniones, le pregunté al especialista ¿Quién era? “Es Nayib” me decía muy entusiasmado “Es que vamos en coalición en Nuevo Cuscatlán”. Le pedí a mi interlocutor que me dejara ver los afiches y ahí estaba Nayib Bukele; solo su fotografía, una camiseta del FMLN y poco más. El mensaje era él. Tenía 30 años.

Solo se han necesitado catorce años para que Nayib Bukele acumule un poder casi total en El Salvador y para que su accionar y discurso lo coloquen dentro de los santos patronos de la ultraderecha latinoamericana contemporánea. El Nayib de 30 años era de izquierda y antisistema. Se presentó como una suerte de superstar de la política, un libertador digital y revolucionario. Una alternativa fresca a la extrema derecha neoliberal oligárquica y, por otro lado, se sentía como un político joven que actualizaría al FMLN, un partido que a nivel de narrativas decía conservar el itinerario revolucionario de cambios estructurales a favor de las clases históricamente oprimidas.

El FMLN le dio a Nayib Bukele un aparato político y unos distintivos partidarios, que le sirvieron de materia prima para armar su propio relato y proyecto ideológicamente ambiguo: sí a favor de los pobres, pero sin una hoja de ruta o plan de nación establecido. Como buen publicista, sabe que los mensajes creativos calan y no es necesario hacer reformas educativas o institucionales para que las “audiencias” tengan esa sensación (cuando no subidón) de que, en efecto, un hombre por sí solo, puede cambiar una situación históricamente injusta para las mayorías.

Sus periodos como alcalde de Nuevo Cuscatlan (2012) y luego edil de la capital (2018) le dieron tiempo suficiente para abjurar del FMLN y crear lo que primero fue el movimiento y luego el partido Nuevas Ideas. El FMLN hizo lo posible por impedir la inscripción de Nuevas Ideas como partido. Cuando se le cerraron todas las vías, el Bukele de entonces logró que Cambio Democrático (CD), aquel partido socialdemócrata, le diera su matrícula electoral para correr como presidente. Luego, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) decidió cancelar a CD y era tan genial la idea de bloquear la primera candidatura de Bukele a la presidencia, que casi todas las fuerzas políticas lo terminaron convirtiendo en un mártir ante la opinión pública.

Bukele entonces se afilió, a contrarreloj, al partido GANA, una escisión de ARENA fundada por el expresidente Tony Saca, y que agrupaba a un sector de derecha de base popular, menos burguesa o de privilegios oligárquicos. Tony Saca en este momento sigue en prisión por cargos de corrupción.


El FMLN le dio a Nayib Bukele un aparato político y unos distintivos partidarios, que le sirvieron de materia prima para armar su propio relato y proyecto ideológicamente ambiguo: sí a favor de los pobres


Contra todo este movimiento procesal electoral, Nayib Bukele fue elegido, a las buenas, como presidente en 2018. Y de ahí todo fue para abajo. Comenzó un viaje distópico. Una distopía de ultraderecha. En su primer mensaje de toma de posición dijo que iba aplicar “medicina amarga”, y esta es una de las pocas promesas que ha cumplido.

Bukele apostó a una estrategia de erradicación total de las pandillas que consistió, básicamente, en un estado permanente de suspensión de garantías constitucionales y capturas masivas que dio el golpe de efecto que necesitaba.. Los pandilleros empezaron a estar recluidos en cárceles barbáricas y la gente, especialmente las clases trabajadoras que hacen uso del transporte público, pudieron salir de nuevo a sus labores, a estudiar y recrearse sin el temor de terminar o comenzar el día con un disparo en la cabeza. El siguiente gran acierto fue, y es, su campaña de comunicación permanente, on y off line, de obras públicas con nombres “cool” para proyectos que casi no se han cumplido, como la construcción de un aeropuerto en el oriente del país o una escuela por día.

Así, sus principales medallas de batalla son la proyección de El Salvador como un destino turístico tropical libre de pandillas y una modernización de tramoya. Para lo primero ha instaurado un régimen de abolición del debido proceso y de garantías penitenciarias. Lo anterior se aplica a acusados de asociaciones ilícitas, pero también ha alcanzado a personas inocentes: estudiantes, defensores y defensoras de los derechos humanos, como Ruth López, disidentes políticos, periodistas e incluso antiguos hombres de confianza. En el área de la obra pública, la falta de planificación técnica es la norma, todo se ve improvisado, cuando no desmantelado como en el caso del patrimonio cultural, y armado solo para fotografías o “renders” que convencen a pocos. Sus obras faraónicas se ven precisamente como eso, como un juego de tramoyas para una interpretación dramática, quizás más bien trágica o ya definitivamente esperpéntica.

Un factor determinante para que la contundencia de este régimen se profundice y se vuelva crónico es que para buena parte de los salvadoreños vale la pena que la seguridad pública se lleve de encuentro la estructura democrática del Estado. A El Salvador se le ha educado en que los ideales de convivencia democrática son más bien discursos irrelevantes, ingenuos, que no ponen las tortillas en la mesa ni aniquilan a los delincuentes. La población salvadoreña no echa de menos una estructura de estado de bienestar o escudo social porque nunca lo ha vivido. Es una nación que ha tenido que atrincherarse en el miedo y el hambre. Bukele es la promesa de al menos salir sin miedo. ¿Por qué habría que exigirle rendición de cuentas si parece que su crueldad tiene sentido? Es ese destino trágico de algunos pueblos: la fascinación que le despiertan sus propios carniceros.

Bukele ha traspasado todas las líneas rojas que no traspasaron el FMLN y ARENA después de la guerra civil: cambiar la distribución del territorio para crear una aplanadora legislativa y evitar la representación de partidos pequeños, aprobar la reelección presidencial, controlar la Fiscalía para emprender verdaderas operaciones represivas contra periodistas y defensores de los derechos humanos, destruir patrimonio cultural sin justificación, no rendir cuentas, habilitar una mega cárcel que es un centro hemisférico de violación de derechos humanos.

Ahora, el sistema carcelario ideado por el bukelismo ha sido subcontratado como un nodo transmisor de la política inhumana de deportación de personas migrantes de la administración Trump, en la cual según denuncias de venezolanos, que fueron retenidos en esa cárcel, se les perpetraron toda clase de abusos, incluyendo agresiones sexuales. EL CECOT y otros presidios son la amenaza definitiva: “o estás conmigo como mi porrista o estás en detención”, que más que una detención es una sentencia de muerte.

El milagro de Bukele no llega hasta los presupuestos familiares. La economía sigue estancada, se han manoseado los fondos de pensiones y hay dineros públicos que acaso la deep web sabe donde están ya que han sido sustraídos por el experimento del Bitcoin como moneda de uso corriente, experimento al que debe bajarle el protagonismo, pues en el último acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) le dijeron que, para que les pueda pagar, debe dejar de jugar al casino digital con las cuentas públicas.

Para entender la facilidad con la que Nayib Bukele ha ido desmontando una por una las garantías constitucionales y el sistema de contrapesos salvadoreño producto de los Acuerdos de Paz hay que precisamente ubicarnos en los años posteriores a 1992. Bukele no viene del vacío, es producto de décadas de descalificación, por parte principalmente de la derecha y su amplio espectro de vocerías, de la idea de que los derechos humanos son un obstáculo para la prosperidad y el orden. En la misma línea, estas voces calificaron de haraganes, revoltosos o ilusos a cualquier grupo de la sociedad civil, líder o lideresa política que planteara una alternativa de justicia social al proyecto neoliberal. El estado de bienestar tiene mala prensa en El Salvador. En sentido figurado, a Bukele la izquierda le dio la matriz y la derecha un polígono de tiro.

Una población permanentemente sometida al hambre, a la angustia de vivir por décadas en modo supervivencia y alimentada con el discurso de que la violencia es una herramienta válida para enderezar las cosas, incluso puertas para adentro en el hogar, es el terreno social idóneo en el que un programa totalitario de ultraderecha encuentre su masa electoral.


Bukele ha traspasado todas las líneas rojas que no traspasaron el FMLN y ARENA después de la guerra civil: cambiar la distribución del territorio para crear una aplanadora legislativa y evitar la representación de partidos pequeños


La escritora y ensayista mexicana Karina Vergara Sánchez comparte un concepto que es el de “umbral de la ignominia”. En este concepto, Vergara Sánchez expone ese riesgo tremendo dentro de las sociedades sometidas a una existencia atroz (producida por las grandes brechas de la pobreza, la violencia, el crimen organizado entre otros conflictos sociales crónicos) que consiste en que una vez se pasa un límite horroroso ese horror se normaliza. Así, si lo normal es que una mujer que desaparece sea encontrada muerta y, si en medio de este estado de cosas, hay una que aparece con vida, pero quizás mutilada, desnuda o totalmente traumatizada eso no es tan malo. Esa escala moral, surgida de ir alcanzando nuevos umbrales de la ignominia, es un billete de ida a la total descomposición nacional. Bukele ha ido acostumbrando a sus cheerleaders y followers nacionales y extranjeros, reales y digitales, a subir el umbral de la ignominia sin tregua y sin pausa.

Ahora el umbral de la ignominia ha subido a un territorio espeluznante o quizás ha encontrado nuevos bajos. La reelección indefinida. En medio de estos cambios, Washington dijo que saludaba la primera reelección inconstitucional de Bukele. Ahora que el presidente “reelecto” anuncia reformas que la constitución no permite para repetirse a sí mismo sólo la historia sabrá cuántas veces, la diplomacia de la metrópoli vuelve a decir que hay que dejar que los salvadoreños se gobiernan como quieran. Estados Unidos sabe lo que pasa.

Este posicionamiento diplomático nos dice que a Washington esta descomposición le es funcional. Pero… ya hubo otro en el istmo. Manuel Noriega, fue hombre de las geopolíticas de los 80. Todos sabemos lo que pasó en Panamá. Tengo la corazonada, y no quisiera tenerla, de que este capítulo en El Salvador va a tener que cambiar por medio de una intervención externa. Los salvadoreños y salvadoreñas en este momento tenemos una capacidad limitada de cambiar el rumbo de nuestra nación. Pero todavía tenemos esa capacidad. Hemos sido una sociedad que ha contenido y contiene muchas formas, experiencias y genealogías de resistencia. Esta fase de la historia no será la excepción.

El Salvador es signatario del Estatuto de Roma, ese que se invoca para apresar internacionalmente a los carniceros del Sur. Por tanto El Salvador es un Estado Parte de la Corte Penal Internacional (CPI). Ya se habla de potenciales denuncias por crímenes contra la humanidad hacia el reformador salvadoreño a contramano; que ha reformado la democracia para desmontarla a velocidad hipersónica en lugar de hacer cambios para profundizar el disfrute de los derechos ciudadanos. ¿Se acabará la fascinación? ¿Cuánto más crecerá la ignominia? ¿Morirán los y las presas políticas en prisión?

Hasta los imperialistas más poderosos del momento han resultado no ser omnipotentes. En Centroamérica no te acomodes mucho, siempre pasan cosas.

La figura de Nayib Bukele y los superpoderes que ha acumulado en El Salvador -en buena parte por activas y pasivas de los propios salvadoreños y por la patente de corso emitida por Washington- me recuerda arquetípicamente a este personaje alucinado del Coronel Walter Kurtz, interpretado para la eternidad por Marlon Brando, en la también legendaria película Apocalypse Now (adaptación de la novela de Joseph Conrad, El Corazón de las Tinieblas). Kurtz es un desertor rebelde y a la vez un líder temible que gobierna una población agonizante que le teme, pero lo acompaña, porque su presencia siniestra también contiene algún tipo de protección. Nuevamente, la fascinación idealizada del mal. Es un coronel estadounidense invasor en Vietnam que reconoce sus crímenes de guerra y a la vez les dice a los soldados que han llegado a por él “Tienes derecho a matarme, pero no tienes derecho a juzgarme”.

La crueldad es el signo de los tiempos políticos y Bukele es una de las representaciones más gráficas, contiene a la vez la adoración y temor de muchos, tanto dentro como fuera de El Salvador, que no conocen otra cosa más que el déficit en la existencia humana. ¿Su poder está en cuenta regresiva como en algún momento lo estuvo el del Coronel Kurtz?

Dialoguemos con la realidad. A pesar de la represión, de la persecución y el exilio, en la escena política asoman los rostros y los nombres de la resistencia en las biografías de hombres y mujeres políticos jóvenes. Una nueva generación, distinta a la que protagonizó aquella guerra civil que traicionó, y no lo sabíamos, a este proyecto de dictadura.

* Periodista

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